Cada hoja repite, infinita y puntual,

las ojivas del claustro,

arquitectos antiguos o soñados acaso

andan de luz en luz por los vitrales

(se acentúa el otoño, son más claros los árboles

y la luz es más pura cuando el pájaro

–gorrión del paraíso–

asustadizo mira los movimientos

lentísimos del árbol).

¡Recogimiento eterno de la luz!

Olas del mar distante en las ojivas

y el canto en los vitrales animados del agua.

(«Templo III»)



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