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Varela, Blanca
Una de las grandes voces de la poesía de nuestro tiempo, nació en Lima, el 10 de agosto de 1926 y murió en la misma ciudad en marzo de 2009. Por su edad pertenece a la generación peruana de los años cincuenta, entre la que encontramos a los poetas Jorge Eduardo Eielson (1921), Javier Sologuren (1921), Sebastián Salazar Bondy (1924-1964), Washington Delgado (1927); pero en realidad su poesía se despierta y tiene más afinidades con la generación anterior, con dos de los grandes poetas que ha dado la poesía peruana: César Moro (1903-1956) y Emilio Adolfo Westphalen (1911). Comienza su andadura poética con los amigos que conoce en la Universidad de San Marcos, donde ingresa en 1943 para estudiar Letras y Educación. En esta misma década conoce a Javier Sologuren, Jorge Eielson, Francisco Bendezú y al pintor Fernando Szyszlo, con quien contrajo matrimonio y tuvo dos hijos. A partir de 1947 empieza a colaborar en la revista Las Moradas, que dirigía Westphalen. En 1949 llega a París con Fernando de Szyszlo, y entran en contacto con la vida artística y literaria del momento de la mano de Octavio Paz y Jacques Lanzman. Allí conocen a Sartre, Simone de Beauvoir, Michaux, Giacometti, Léger, Tamayo, Martínez Rivas… En el prólogo al primer libro de Varela, Ese puerto existe (1959), Octavio Paz da testimonio de esos días: «No creíamos en el arte. Pero creíamos en la eficacia de la palabra, en el poder del signo. El poema o el cuadro eran exorcismos, conjuros contra el ruido, la nada, el bostezo, el claxon, la bomba. Escribir era defenderse, defender la vida. La poesía era un acto de legítima defensa. Escribir: arrancar chispas a la piedra, provocar la lluvia, ahuyentar a los fantasmas del miedo, el poder y la mentira. Había trampas en todas las esquinas. La trampa del éxito, la del «arte comprometido», la de la falsa pureza. El grito, la prédica, el silencio: tres deserciones. Contra las tres, el canto. En aquellos días todos cantamos. Y entre esos cantos, el canto solitario de una muchacha peruana: Blanca Varela. El más secreto y tímido, el más natural». Después de una larga temporada en París, vive en Florencia y luego en Washington; para establecerse definitivamente en Lima, en 1962, con viajes esporádicos a Estados Unidos, España y Francia. Si bien es cierto que la poesía de Blanca Varela es una poesía que se forja y construye su «lugar del canto», como diría Valente, al margen de modos, grupos y generaciones, tiene sus hermanos espirituales en el continente americano y en España: Emilio Adolfo Westphalen, César Moro, José Lezama Lima, Octavio Paz, José Manuel Arango, José Ángel Valente, Antonio Gamoneda… Poetas que comparten la visión de una poesía que trasciende la instrumentalización inmediata del lenguaje y hacen de la palabra una forma de descubrir, conocer y revelar la realidad individual y colectiva. Su obra poética goza de una tremenda «coherencia» interna. Desde su primer libro hasta el más reciente, El falso teclado, que se publica por primera vez, hay una búsqueda feroz: inmersión y despojamiento. Es una lucha continua entre la tensión que surge de la confrontación entre lo real, la angustia, el silencio y la palabra. Su obra poética es un continuo caminar sobre los límites, y es por eso que podríamos decir que allí «donde todo terminan abre las alas».