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Darío, Rubén
Rubén Darío (Nicaragua, 1867-1916) es uno de los mayores poetas en lengua española, por la calidad e invención que lo distingue. Introdujo en la poesía española una musicalidad nueva, una sensibilidad cosmopolita y amplió su registro formal. Esa creatividad tuvo desde su primer libro, Azul… (1888), un decisivo impacto en la poesía iberoamericana, imponiendo lo que él mismo llamó el modernismo, una estética renovadora que proclamó la autonomía de la expresión poética, su carácter de lenguaje no utilitario y, al mismo tiempo, concebía el poema como la cristalización plena y sensorial del instante.
Darío, por ello, fue determinante a ambos lados del Atlántico: sus discípulos aventajados fueron Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez, en España, y desde Leopoldo Lugones hasta César Vallejo en América Latina. Como gran maestro que fue, inspiró a esos poetas sin convertirlos en sus epígonos. Todos ellos así lo reconocieron. Y todavía Vicente Aleixandre declaró que se hizo poeta el día que leyó un verso de Darío. Dámaso Alonso lo formuló así: «En toda la historia de la poesía española hay dos momentos áureos. El uno va desde las conversaciones de Boscán con Andrea Navagiero en Granada en 1526 hasta la muerte de Quevedo en 1645. El otro se inicia con la publicación de Prosas profanas de Rubén Darío en 1896 y su influencia personal durante su estancia en España, y aún perdura».
Juan Valera fue el primero en señalar las novedades de esta poesía en sus artículos sobre Azul… Tildado de «afrancesado», Azul… hizo con el francés lo que Garcilaso de la Vega había hecho con el italiano: remozar la poesía castellana gracias a la música de la otra lengua. Con audacia, Darío apropió el «cuento francés», una forma estética de gusto mundano y juego formal, y asumió la proclama de Verlaine: la música antes que otra cosa. En Prosas profanas (1896) el esteticismo de Darío ensayó gestos decadentistas, antigurgueses e idealistas; y con la ensoñación como método propició correspondencias y analogías. Esta fruición supone que el sueño es visionario y el poema una revelación. Vivió en Santiago de Chile, Buenos Aires, París y Madrid, primero como periodista aprendiz y luego como corresponsal del diario La Nación, diplomático, director de revistas y cronista. En Cantos de vida y esperanza (1905) Darío alcanza su riqueza y profundidad mayores; su sistema de imágenes se transforma en signos y símbolos que interrogan y celebran, y su sensorialidad en memoria y melancolía.
Convertido en figura pública, el poeta no dejó de tributar las demandas a su fama y figura. Escribió poemas efeméricos, cantos, odas cívicas y aleccionadoras, así como poemas de circunstancias. Las crónicas, los cuentos, la crítica literaria dariana, y sus libros de viaje, ilustran tanto la modernización de la vida urbana a fines del siglo XIX y comienzos del XX, como el gusto por la actualidad, típica de los modernistas; pero también el comienzo del desarrollo de las comunicaciones, a cuyo impulso los poetas se hicieron testigos de su tiempo cotidiano. Darío no dejó de testimoniar sus temores ante la hegemonía norteamericana, y su defensa de la lengua española. Esa sensibilidad política lo llevó a proclamar la cultura como un espacio de realizaciones superior.