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Dalí, Gala
Elena Ivánovna Diákonova (1894-1982) ha pasado a la historia del arte con el sencillo nombre de Gala. La encontramos en los años veinte entre los poetas surrealistas de París (Louis Aragon, Max Ernst, André Breton), casada con Paul Éluard, y unos años después, en Cataluña, convertida ya en esposa del joven Salvador Dalí, que habría de convertirla en su musa y motivo recurrente para los óleos que el pintor de Cadaqués elaboró a lo largo de su vida. Es poco lo que sabemos de esta figura seductora y resbaladiza, al margen de su talento para situarse en un segundo plano de los focos artísticos y culturales de la vanguardia. Hay quien ha destacado su capacidad organizativa para gobernar la agenda y las finanzas de Dalí, hay quien señala que contribuyó con ideas propias a los poemas y cuadros de sus esposos, y el propio Salvador Dalí reconocía agradecido que Gala fue la persona que le salvó de perderse como pintor y de enloquecer como hombre. Hasta hoy la figura de Gala se apreciaba borrosa en una niebla de conjeturas y suposiciones, su personalidad aparecía mezclada de manera indistinguible en la obra de sus célebres maridos, de su propia mano tan sólo conocíamos la correspondencia juvenil con Paul Éluard, y las partes más líricas de La vida secreta de Salvador Dalí que algunos estudiosos consideran de su autoría. ¿Hasta dónde se prolongaba, y en qué términos, la «colaboración» artística de Gala con Dalí? ¿Qué clase de mujer había al lado del pintor famoso? La publicación de La vida secreta viene a drenar parte de esta laguna de desconocimiento, se trata de un diario escrito por Gala y que los responsables del Centre d’Estudis Dalinians encontraron entre otros papeles sueltos y todavía no clasificados. Un diario dividido en dos momentos (con el significativo hiato de los años franceses de Gala, desde su enamoramiento y boda con Éluard, hasta su huida a brazos de Dalí, repudiada por Breton) que da cuenta, en su primer tramo, de una infancia y adolescencia rusa, que a la propia Gala le parece exótica, para trasladarse, después de conocer la pasión amorosa, a Port Lligat, al universo de Dalí, del que ella misma habría de convertirse, casi en un parpadeo, en indiscutible centro.