Los grandes flujos de datos describen espacios curvos de la mente colectiva. Se ha disuelto la cuadrícula y se ha transformado en una forma
más orgánica de poder. Fluye. Y evoluciona. La gobernanza algorítmica es insomne. Pero ¿los datos nos devuelven una fiel imagen curva de la conciencia colectiva humana, o una versión caleidoscópica, una geometría deformada por una incipiente «conciencia» robótica? Creamos identidades fronterizas, mutantes, puentes colgantes entre las grietas de la historia, de la conciencia, de la imaginación. Ya no estamos
confinados a «lo uno o lo otro».
Heráclito ya dijo que el tiempo es un niño que juega a los dados. Los escritores frikis de la ciencia ficción de ayer nos parecen hoy profetas. Philip K. Dick creía que el mundo es un espejo unidireccional: Dios nos ve pero nosotros no podemos verlo. La apofenia es ver en una imagen un rostro humano, ver un patrón donde no hay ninguno; un espejismo, un delirio, una psicosis. ¿Es la pantalla una ventana o un espejo? En la belleza a veces hay simetría, pero los lados del rostro no son gemelos, son hermanos. Nuestros hábitos se disgregan en millones de datos que no se recomponen. Cuando se mira demasiado tiempo el abismo de los
datos, éste devuelve la mirada. Oscuramente.

Narran Jorge Carrión, Anna Della Subin, Carlos Vara, Mary Karr, Matteo Pasquinelli, Carmen Hermosillo, Louise Erdrich, Scott Esposito, Juliet Jacques, Rebekah Frumkin, Javier Argüello, Julie Phillips, Flaminia Ocampo, Lisa Rogers, con imágenes de Jeremy Wood, Nina Subin
y Rachel Saltz.

 

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