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Jiménez, Juan Ramón
A lo largo de su vida, acomete por dos veces la ingente labor de corregir y ordenar su obra completa en un todo único articulado en partes complementarias. El inicio de la guerra civil en 1936 y su salida de España impiden el primer intento, del que solo llega a editarse Canción; y la muerte de Zenobia en 1956 acaba con las escasas fuerzas que al poeta restaban para lograr su última oportunidad. Sus archivos, dispersos a ambos lados del Atlántico, se han convertido en una fuente casi inagotable de proyectos inéditos que no solo añaden variantes a su obra publicada en vida, sino que la han engrosado y enriquecido hasta límites inimaginables. Dentro de estos proyectos siempre reservó un lugar señalado para el volumen que titula escuetamente Traducción, de forma que considera una suerte de obra propia las versiones que hiciera de aquellos que llamará: «huéspedes y bienhechores». A partir de ellos renueva, unes veces su concepción del hecho poético, y otras encuentra ese punto necesario de afinidad que le asegura estar en el camino acertado. La idea de reunir sus traducciones en un volumen no data, sin embargo, de 1936, sino que ya en 1909 habla del libro Música de otros. A este proyecto seguirán tres conatos editoriales más, que se suceden de 1918 a los años treinta con los títulos: Teatro realista universal, El jirasol y la espada y Otros, traducciones y paráfrasis. De hecho, poesía y traducción se hermanan en su obra desde sus comienzos. Con apenas doce años se retrata traduciendo a Charles-Hubert Millevoye, lo cual no sólo lo ejercita en el aprendizaje de la lengua francesa, sino que guía sus ojos de niño hacia una mirada irrecusablemente distinta sobre la realidad. Desde entonces traducirá siempre que encuentre en la palabra de otro algo que sienta como suyo. Rendirá homenaje a sus poetas predilectos con versiones propias y, así, las traducciones que va componiendo a medida que evoluciona desde el modernismo, e indaga en el simbolismo, el imaginismo y las vanguardias hasta conseguir su concepto de «poesía desnuda», nos marcan hitos en la formación de su estética. Se hace, entonces, indispensable la ordenación cronológica de los textos traducidos según el momento en el que fueron compuestos. Y así lo dispuso él mismo con la intención de aclarar sus deudas, y la evolución de su gusto en consonancia con la renovación permanente de su obra. Conocido internacionalmente por sus traducciones de Rabindranath Tagore, en las que siempre vio más trabajo de su mujer que propio de ahí que éstas acabaran siendo publicadas bajo la autoría de Zenobia, han pasado desapercibidas sus demás aportaciones. Sin embargo, conforman éstas un corpus interesantísimo no sólo por la luz que añaden sobre su trayectoria personal, sino por la difusión que hizo de los textos originales entre la gran y reseñable cantidad de discípulos que hubieron de reconocer en Juan Ramón Jiménez un maestro, y un antes y un después en la poesía española contemporánea. Siempre alerta a la novedad, fue el primer traductor de Verlaine en España, y supo anticipar el futuro éxito de Blake, E. B. Browning, E. Dickinson, Yeats, Eliot, Pound, A. Lowell o Frost, entre otros muchos, en un momento en el que apenas eran conocidos en el panorama literario hispánico.